viernes, 1 de noviembre de 2013

Cipreses de San Isidro



Empiezo a sentir que no siento, que la emoción de lo alto cae como un domingo de resaca -frío, solo, enterrado- como un ciprés de cementerio cuyas raíces no levantan a los muertos porque caen hacia abajo, hacia los profundos pozos de domingo. Donde te encuentro en mi maquina del tiempo, en mis pequeños recuerdos donde uno se hace chico y a la vez grande, porque te tengo, porque te rezo. Cuando uno sabe que se encerrara ahí, en la lapida de al lado, donde no importara la calle San Lucas, ni los mil nombres que le ponga al mármol. Cruzo ahora por donde Dios te arranco y mi alma me hace daño.

Hoy cerraba ayer, con ese manto rosado de meseta, con esa mirada de banco de esquina que te ve pasar por la mañana y queriendo, te guiña. Esas mañanas que se que miras y derrotado en una esquina pienso que no logro todo y pensar en ti me da vida. Me levanto herido, con una punzada en las costillas y un armario con cuarenta y un cajones en la cabeza; todos intentando abrirse como aquel aparador del cuarto azul de viñuelas al ser arrastrado. Busco llamar a alguien y veo que estoy solo, como cada domingo. Así que busco a tus hermanos hablamos de historia como en tu mesa y me despido como quien se viera en un rato. Me voy de Madrid, sin decirse lo a nadie, a hurtadillas como quien saliera de clase a escondidas. Me acerco a la alcarria, ya seca, sin vida.
Rumbo norte.
Arrincono al Ebro.

Me siento en tu silla.

Silla en el Ebro