Empiezo a sentir que no siento,
que la emoción de lo alto cae como un domingo de resaca -frío, solo, enterrado-
como un ciprés de cementerio cuyas raíces no levantan a los muertos porque caen
hacia abajo, hacia los profundos pozos de domingo. Donde te encuentro en mi
maquina del tiempo, en mis pequeños recuerdos donde uno se hace chico y a la
vez grande, porque te tengo, porque te rezo. Cuando uno sabe que se encerrara
ahí, en la lapida de al lado, donde no importara la calle San Lucas, ni los mil
nombres que le ponga al mármol. Cruzo ahora por donde Dios te arranco y mi alma
me hace daño.
Hoy cerraba ayer, con ese manto
rosado de meseta, con esa mirada de banco de esquina que te ve pasar por la
mañana y queriendo, te guiña. Esas mañanas que se que miras y derrotado en una
esquina pienso que no logro todo y pensar en ti me da vida. Me levanto herido, con una punzada en las
costillas y un armario con cuarenta y un cajones en la cabeza; todos intentando
abrirse como aquel aparador del cuarto azul de viñuelas al ser arrastrado.
Busco llamar a alguien y veo que estoy solo, como cada domingo. Así que busco a
tus hermanos hablamos de historia como en tu mesa y me despido como quien se
viera en un rato. Me voy de Madrid, sin decirse lo a nadie, a hurtadillas como
quien saliera de clase a escondidas. Me acerco a la alcarria, ya seca, sin vida.
Rumbo norte.
Arrincono al Ebro.
2 comentarios:
abrumador...
Precioso...
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