Xerez que es
una ciudad de contrastes tiene su propia intrahistoria con sus propios mitos.
Sus anécdotas son de otras épocas, de otras glorias y de otros mundos.. Por allí
se habla de los 24 caballeros que conquistaron sus murallas; de Andes o de su
exilio; del Pantera o de su Prendi; de Pemán o de su cerro de Garnier; de
Abrantes o de sus cadenas; de las tías del Altillo; de los derechos de
propiedad de la plaza o de tantas otras cosas, porque allí, todo es tan actual
como hablar del vino del tío Pepe o de la pedanía de la tía Ina.
Y es que Asta
Regia esconde Tartesos.
Porque la esencia de Jerez son las historias de sus
gentes.
La historia
de aquél que quería ser gitano y que aun no siendo de raza lo igualaba en
talento en el barrio de Santiago. Historias como aquella del Srto. de palco, el
de “pájaro” cazador y vinicultor de uva americana. Cuentos como el de aquel
lacayo que al final fue dueño del coche y cuyo hijo constructor puso hasta tres
enganches.
Conocí desde hace muchos años los secretos de Jerez, los de sacristía; los del año de Garvey; los de la distribución; los de salvar bodegas; los del incendio; los de la herencia; los de aquellos artesonados que salieron tras tirar las corralas; los de quien compro la fincas de Osuna; los de aquella botella de pedro ximenez que todavía guardo en casa y los de aquel baile flamenco de larga primavera.
Conocí desde hace muchos años los secretos de Jerez, los de sacristía; los del año de Garvey; los de la distribución; los de salvar bodegas; los del incendio; los de la herencia; los de aquellos artesonados que salieron tras tirar las corralas; los de quien compro la fincas de Osuna; los de aquella botella de pedro ximenez que todavía guardo en casa y los de aquel baile flamenco de larga primavera.